50 años de Watergate: Corrupción y lecciones para Panamá

Han pasado más de 50 años desde que, en junio de 1972, se destapó uno de los mayores escándalos políticos del siglo XX: Watergate. Sin embargo, lo que hoy recordamos es la renuncia del presidente Richard Nixon, que ocurrió dos años después, en 1974, marcando un antes y un después en la relación entre los gobiernos y los ciudadanos. Fue un recordatorio de que, por muy alto que sea el cargo, ningún líder está por encima de la ley.

Aquel momento fue crucial porque reveló la importancia del periodismo en la lucha contra la corrupción y el abuso de poder. Periodistas como Bob Woodward y Carl Bernstein, de The Washington Post, no se dejaron intimidar y fueron quienes destaparon el complot de espionaje y encubrimientos que comprometían a la administración de Nixon. El resultado fue histórico: el presidente de la nación más poderosa del mundo renunció en un acto sin precedentes.

Hoy, 50 años después de esa renuncia, las lecciones de Watergate siguen siendo vigentes, especialmente en países como Panamá, donde la corrupción y el abuso de poder no son historias del pasado. Casos recientes como los Varelaleaks, el uso del software de espionaje Pegasus, o la filtración de los Panama Papers han desnudado realidades incómodas. Pareciera que, al igual que en los tiempos de Nixon, algunos líderes creen que pueden operar en la oscuridad sin enfrentar consecuencias.

Pensemos, por ejemplo, en los Varelaleaks. Las filtraciones de las conversaciones privadas del expresidente Juan Carlos Varela dejaron al descubierto los entresijos del poder en Panamá. Se hicieron públicas conversaciones que mostraban posibles actos de corrupción y decisiones que, de cara al público, hubieran permanecido ocultas. Aunque el contexto es muy diferente al de Watergate, la esencia es similar: un abuso de poder, la confianza traicionada y el peso de la verdad que finalmente sale a la luz.

Otro caso que nos invita a reflexionar es el uso del software Pegasus, una herramienta diseñada para espiar a periodistas y opositores políticos. El paralelismo con Watergate es claro: en ambos casos, el espionaje se utilizó como un arma para controlar y acallar a quienes cuestionaban el poder. La tecnología ha cambiado, pero la esencia sigue siendo la misma: se intenta reprimir la crítica y la libertad de expresión, uno de los pilares de cualquier democracia.

Y luego están los Panama Papers, un escándalo de proporciones globales que sacudió al país en 2016. Esta filtración, aunque centrada en las finanzas offshore, no deja de tener puntos en común con Watergate. La corrupción, el secretismo y el uso de estructuras opacas para evitar la justicia fueron el denominador común. El impacto fue tan profundo que el nombre de Panamá quedó marcado en la conciencia internacional, como un sinónimo de paraíso fiscal y falta de transparencia.

Ahora bien, lo irónico en el caso de Panamá es que, a pesar de estos escándalos, el país ha hecho esfuerzos por crear instituciones que, en teoría, deberían promover la transparencia y luchar contra la corrupción. La creación de entidades como la Autoridad Nacional de Transparencia y Acceso a la Información (Antai), la Defensoría del Pueblo, el Tribunal de Cuentas, entre otras, parecería un paso en la dirección correcta. Sin embargo, estas instituciones no han tenido el impacto esperado. ¿La razón? Todas estas entidades están directamente controladas o elegidas por el propio gobierno, lo que diluye su independencia y efectividad.

A pesar de contar con estas “instituciones de control”, los escándalos de corrupción siguen emergiendo, y la desconfianza pública persiste. Esto plantea una pregunta crucial: ¿de qué sirve tener organismos que, en teoría, deberían vigilar al poder, si los mismos que deben ser vigilados son quienes eligen a sus directivos? Esta es una lección que Panamá aún no ha aprendido completamente, a diferencia de lo que sucedió tras el Watergate en Estados Unidos.

Aunque el contexto y la magnitud de los escándalos difieren entre Watergate y los mencionados en Panamá, hay patrones comunes. En ambos casos, el periodismo investigativo fue clave para sacar a la luz la verdad y enfrentar los abusos de poder. Los Varelaleaks, el espionaje con Pegasus y los Panama Papers demuestran que, aunque las tecnologías cambian, el abuso del poder sigue presente y el papel de los medios sigue siendo fundamental.

Sin embargo, una diferencia notable entre Watergate y los escándalos en Panamá es la respuesta institucional. Mientras que Watergate culminó con la renuncia de Nixon y reformas significativas en Estados Unidos, los casos en Panamá, aunque han provocado un gran revuelo mediático, no han tenido las mismas consecuencias legales ni políticas contundentes. Esto pone de relieve la necesidad de fortalecer las instituciones democráticas y la rendición de cuentas en el país.

A 50 años de la renuncia de Nixon, las lecciones que dejó aquel escándalo son más relevantes que nunca. La rendición de cuentas, la transparencia y el papel de la prensa como vigilante del poder son elementos esenciales en cualquier democracia. Panamá, como muchos otros países, enfrenta el reto de aprender de estos ejemplos para garantizar que el abuso de poder no quede impune. Tal como en el caso de Watergate, los secretos pueden salir a la luz, y la prensa sigue siendo un actor crucial para que la verdad prevalezca.s

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Luis Esquivel Golcher

Periodista de investigación | Autor | Emprendedor digital
Panameño comprometido con la transparencia, la justicia y el periodismo que incomoda al poder. Ha liderado investigaciones que han destapado el mal manejo de ayudas económicas y esquemas de descentralización paralela en Panamá.

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